Durante los primeros años de su vida, su abuelo fue como su padre. Como ella, vivía exiliado en París, cuidando los miles de documentos en los que se conservaba la historia más reciente de una España ocupada por el régimen franquista. Su abuelo era Juan Negrín López, el último presidente de la República. Solía mandar a sus dos nietos a comprar los periódicos todos los días. Conversamos con Carmen Negrín (Estados Unidos, 1947) sobre el amor y el odio que suscitó la figura de su abuelo y sobre la nueva Ley de Memoria Democrática.
Carmen Negrín, nieta del último presidente de la República, Juan Negrín,
posa durante la entrevista. G. M.
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Bueno, a mi abuelo lo renunciaron, más bien. Pero sí, pienso mucho en aquellos tiempos. Mi madre enfermó y yo marché con mi abuelo a París. Eran tiempos muy intensos y, aunque yo fuera una niña, me dejaron una huella importante. Juan Negrín tenía una autoridad natural que no imponía nada, pero lo inducía.
Hasta años más tarde no me di cuenta del privilegio que fue vivir con mi él, una persona tan inteligente. Recuerdo una comida de amigos mexicanos que vinieron a casa; el desafío de uno de ellos era encontrar algo que mi abuelo no supiera contestar, y le preguntó por Jean Paul Sartre. Mi abuelo se rió y empezó a hablar sobre el último libro que había publicado el escritor.
También recuerdo cómo mi hermano y yo bajábamos a comprar los periódicos, unos seis al día. Era un ambiente muy estimulante, siempre había conversaciones sobre lo último que pasaba en el mundo.
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