Baijea y Bachi, dos jóvenes saharauis de 24 y 22 años, iniciaron sin saberlo una ruta migratoria que pronto se convertiría en una de las más mortíferas del mundo, según la Organización de Naciones Unidas. Aquel 28 de agosto de 1994, hace ahora tres décadas, llegaron las dos primeras personas migrantes en patera a Canarias. Arribaron a Fuerteventura tras cruzar los 96 kilómetros de océano que separan la isla de África. Durante estos años, las cifras no han dejado de crecer. Los expertos, críticos con la política migratoria de la Unión Europea, apuntan: “Si cierras y blindas una vía de salida, los migrantes buscarán otra, aunque sea más larga y peligrosa”.
Una embarcación pesquera auspició aquella llegada inesperada. La nueva puerta de entrada que entonces se abría a Europa apenas estaba entornada. Ahora, 30 años después, se calcula que casi 230.000 personas han llegado al archipiélago. Las cifras indican que la mitad de ellas lo han hecho en los últimos cinco años. En cambio, apenas se puede calcular el número de personas, contadas por miles, que perecieron en la llamada “ruta canaria”. Son cuerpos anónimos, esos que un sistema de opresión y colonización atroz convirtió en los nadie.
El caso de Baijea y Bachi no fue demasiado diferente a lo que sucede en la actualidad. Ellos pidieron asilo político. Otros, más tarde, llegarían a Canarias huyendo de la guerra, la pobreza y la persecución, todos deseando un lugar seguro en el que se respeten sus derechos. Ellos también temblaban de frío cuando fueron ayudados por la dueña de un restaurante frente al muelle de Las Salinas, en el que desembarcaron. Ellos también querían una vida mejor, lejos de todo aquello que tuvieron que sufrir por el único motivo de haber nacido donde nacieron.
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