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Cuando vallecano, hortalino y canillejero eran gentilicios de pueblos: Madrid y la anexión de la periferia

Madrid tenía que crecer. La idea de anexionar los pueblos que rodeaban a la capital se meditaba desde el siglo XIX. Diversos planes urbanísticos fallidos terminaron eclosionando entre 1948 y 1954. En aquellos años, 13 municipios dejaron atrás parte de su idiosincrasia propia para entrar a formar parte de la gran urbe. A cambio, según lo prometido, acceso a hospitales, agua en las casas, maestros, escuelas y el fin del aislamiento debido al mal estado de sus caminos.

Procesión en Canillejas. (Cedida por Leo del Val)
Procesión en Canillejas. (Cedida por Leo del Val)

El arquitecto Pedro Bidagor, responsable de la reconstrucción de la capital tras el final de la Guerra Civil, tenía en mente un Gran Madrid. Poco a poco, la ciudad fue abrazando estos municipios: Chamartín de la Rosa, Carabanchel Bajo, Carabanchel Alto, Canillas, Canillejas, Hortaleza, Aravaca, Barajas, El Pardo, Vallecas, Vicálvaro, Fuencarral y Villaverde. Madrid pasó de una extensión de 66 kilómetros cuadrados a 607, y la población aumentó en unos 330.000 habitantes, hasta las 1.843.705 personas en 1955. Un gentilicio aplastó a los demás, aunque su esencia todavía se perciba al escuchar palabras como vallecano, canillejero, hortalino, chamartinero y vicalvareño.

Ahora se acerca el ecuador de los tres cuartos de siglo desde que sucediera este fenómeno. Mucho ha cambiado desde entonces. “Se tomó aquella decisión para abaratar costes. En la Administración había una obsesión por gastar menos, y también pensaban que de esta forma los municipios anexionados podrían tener mejores servicios”, explica Sigfrido Herráez, decano del Colegio Oficial de Arquitectura de Madrid (COAM). La situación vino provocada por la escasa posibilidad de los Ayuntamientos a la hora de recaudar impuestos.

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