Ocho décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de todos los campos nazis, todavía queda por desentrañar el significado de algunos elementos relacionados con el Holocausto. Los trenes, símbolo del traslado de miles de personas a los centros de reclusión, también fueron empleados como un sistema de exterminio en sí mismos. La ejecución tenía que ser efectiva, es decir, rápida y barata. Todo formaba parte del mismo plan desde el principio: asesinaron en total a 17 millones de personas. Además de matar, también había que explotar y sacar un alto rendimiento a esos cuerpos famélicos.

El hambre, la miseria, la violencia cotidiana y el miedo continuo a la muerte son elementos que ahora se repiten en otras latitudes, como ocurre actualmente en Palestina por causa de Israel. El genocidio, la plena extinción de un pueblo, y con ello sus costumbres, su comida, su folclore, su idiosincrasia más esencial, es lo que aborda Xabier Irujo en su obra recién publicada La mecánica del exterminio. La industrialización de la muerte en los campos de concentración nazis (Crítica, 2025). Se trata de una amplísima investigación que repasa cómo la ‘solución final’ siempre estuvo presente en el ideario de Hitler.
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