Mikel Salegi Urbieta murió la noche del 18 de diciembre de 1974. Varios agentes de la Guardia Civil, ni siquiera se conoce a ciencia cierta cuántos, ametrallaron el coche en el que viajaba. 18 de esas balas le segaron la vida cuando tan solo tenía 21 años. Apenas unas horas antes, ETA había matado dos guardias civiles en Arrasate (Gipuzkoa). La versión oficial recoge que los agentes abrieron fuego porque el conductor del coche de Mikel, que siempre negó su intención de no frenar, se saltó un control de carretera. Sin embargo, las fotografías de los sucedido objetivan impactos en la parte anterior, lateral y posterior del vehículo.

Dos días después, tras el funeral, miembros de la Policía y numerosos individuos de ultraderecha golpearon de forma indiscriminada a decenas de personas que salían de la iglesia. Ninguno de ellos fue detenido. El asesinato de Mikel sigue sin tener culpables. La familia decidió romper el año pasado, medio siglo después de los hechos, cualquier relación con las instituciones para comenzar el duelo, aseguran. “Nunca nos han querido escuchar y solo nos han revictimizado una y otra vez”, dice Itziar, su hermana.
Ella tenía 22 años, y sus otras dos hermanas 19 y 16 años. Las dos mayores llegaron a casa de noche, ya de madrugada aquel 18 de diciembre, sobre las 1.00 horas. Se habían despedido de sus amigos porque ese día cogerían un vuelo para recorrer Argentina y ver los lugares en los que había vivido su padre, fallecido dos años antes. Fue el homenaje que nunca llegaron a hacer. Cuando entraron, su madre, Marisa Urbieta, recibía la noticia algo edulcorada por teléfono.
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