La arquitectura en torno al tratamiento de la salud mental siempre ha estado ligada a la consideración social del enfermo. Primero se construyeron bloques herméticos para recluir a los considerados como “locos” y “endemoniados”; más tarde los llevaron a la periferia de las ciudades, donde gozaron de espaciosas zonas ajardinadas y se impuso, poco a poco, una perspectiva más científica en su tratamiento; y por último imperó la neuroarquitectura, que hasta día de hoy ha perseguido crear un lugar de tratamiento desde un enfoque comunitario.

El primer manicomio de España es un fiel reflejo de esas primeras propuestas de edificios cerrados. Fue obra del religioso fray Juan Giliberto Jofré quien, cansado de ver cómo la gente insultaba y agredía a los numerosos enfermos que vivían en la calle, propuso su creación en Valencia, allá por el año 1409. “En un primer momento se configuraron como bloques cerrados, sin casi ninguna apertura al exterior. Era un bloque único en el que metían a los enfermos y les encerraban”, introduce Alberto Sanz, responsable del Servicio Histórico del Colegio Oficial de Arquitectura de Madrid (COAM).
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