Pablo Rosal, hace unos meses, llegó a la conclusión de que teatro y política eran lo mismo. Eran, en pasado, pues según el dramaturgo los egos desmedidos, las ambiciones personales y los intereses creados corrompieron la segunda parte del binomio. En sus orígenes, allá por mediados del siglo XX y de la mano de Bertolt Brecht (quien dijo que “todo el mundo llama violento al río que se desborda pero no al lecho que lo oprime”), la esencia comunitaria prevalecía en cada actuación, en cada obra. “Tanto teatro como política son reflexiones sobre lo comunitario, y llegan a ellas por el mismo procedimiento. Se reúnen actores que representan cosas, con sus tensiones, conflictos, dudas y transformaciones”, comienza a explicar el artista.
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