Solo quedan cinco agricultores en Aranjuez que cultiven fresas (no fresones). La falta de relevo generacional y lo caro que resulta cosechar el fruto son las dos principales causas que explican por qué cada vez son menos. El descenso de agricultores amenaza con hacer desaparecer una tradición que se remonta al siglo XVII, cuando el primer monarca borbón de la historia de España, Felipe V, quiso que sus jardines se parecieran a los esplendorosos huertos de Versalles.
Así se introdujo la fresa en España, procedente de Francia, y a lo largo de las décadas arraigó en el fértil valle del río Tajo. Poco a poco, este fruto dejó de ser un lujo reservado para la nobleza y su consumo comenzó a extenderse. Tal fue su impacto en la sociedad española, que en 1851 se inauguró el Tren de la Fresa, el segundo ferrocarril construido en el país, que conectaba Aranjuez con la capital, lo que ayudaba al transporte del fruto.

Jorge Nieto conoce bien esta historia. Él es uno de los cinco agricultores que queda en la zona y que cultivan la fresa. A sus 41 años, es la quinta generación en su familia que se dedica a labrar la tierra. "Esta zona tuvo las huertas anegadas cientos de años, así que son tierras muy ricas. Cualquier alimento que siembres, aunque no le eches nada, aquí sale muy bueno", cuenta mientras atiende en uno de sus doce negocios repartidos entre Madrid, Getafe, Valdemoro y Aranjuez bajo el nombre de La Huerta de Aranjuez.
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