Imagínese. Usted es un estudiante de universidad y accede a una beca de colaboración con su institución académica. Son en torno a cuatro o cinco horas diarias por las que percibe no más de 600 euros mensuales. Al principio todo va bien pese a que le extraña haber accedido a una beca en la que desempeña funciones totalmente alejadas de su campo de estudio. Conforme pasa el tiempo, le exigen recuperar las horas si alguna vez no puede llegar a tiempo, su horario encaja perfectamente con el de la atención al público y la formación recibida no va más allá que la necesaria para desempeñar lo que le encargan. Y el tiempo pasa. Y ve cómo en su misma situación se encuentran cientos de estudiantes en la Comunidad de Madrid. Y empieza a pensar que quizá lo que está haciendo es cubrir un puesto de trabajo estructural, pues si no fuera por usted y sus compañeros becados no podría continuar el normal funcionamiento de los servicios que presta en la universidad.
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| Varios alumnos se dirigen a la facultad de Medicina en la Universidad Complutense, en Madrid. EFE/Juan Carlos Hidalgo/Archivo |
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