Con los dedos de la mano izquierda, en cuyas falanges se puede leer la palabra inglesa “CRAP”, se toca cuidadosamente su barba canosa mientras habla. Hace algo de frío en su estudio y parece que Picasso no se esté dando cuenta. Una figura realista realizada a semejanza del artista malagueño, ya cadáver, yace junto al hombre que la trajo al mundo. Él es Eugenio Merino, uno de esos creadores cuyas obras suelen estar salpicadas de polémica. Estamos en su taller, en Madrid, unos días antes de la inauguración de ARCO, la feria en la que todo parece tener cabida, desde vasos de agua medio llenos que se venden por 20.000 euros hasta un par de mecheros enamorados que funden sus llamas por 28.000 euros, pasando por una lechuga de 55.000 euros.
A poca distancia de Merino descansa la misma cabeza de Franco que fue ensartada en el Monumento al Legionario en Madrid. A escasos metros, el rostro de Lorca, moldeado con sus propias manos, lo que llegará a ser el Monumento al Desaparecido, el monumento de todos. Hace tiempo Merino metió a Franco en un frigorífico de Coca-Cola y presentó la pieza en ARCO. Como no podía ser de otra forma, la Fundación en honor al dictador le denunció. El artista, que asegura no haber contado con el apoyo de IFEMA (donde se celebra ARCO) ni de la propia feria, ganó el juicio.
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