La historia del silencio, la muerte, la amargura, el olvido y el dolor caben en apenas 15 metros cuadrados, unos cuantos objetos que golpear cuando llega el enfado, dos líneas temporales y una sola voz, la del actor Pepe Zapata en su obra El enterrador. En la cara, tierra y hollín; en las manos, fuerza y entereza; en los ojos, compasión y ternura. Así se presenta este personaje, que son dos, que mira como si lo hiciera el mismo Leoncio Badía Navarro, aquel vecino de Paterna obligado a enterrar el cuerpo de casi 2.500 republicanos como él. Cuando lo hizo, hace más de nueve décadas, sabía que llegaría el momento de excavar en la fosa, cerrar la herida. Ese momento es ahora. No hay telón, la obra ya está abierta.
Zapata-Enterrador aparece con una camiseta blanca de tirantes y un pantalón de pana algo desvencijado. Sus pies lucen unas alpargatas que apenas los recubren. Va de un lado a otro, nervioso, tiene que estar todo listo para la función. En realidad, lo que Zapata-Nosotros hace en El enterrador es una suerte de metateatro. Mientras se prepara una potencial actuación, él ya está actuando frente al público. Todavía no se ha escuchado la cuestión que vertebra la escena, pero algunos ya la intentan descifrarla: “¿Qué debemos hacer los vivos?”.
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