Manuel Pérez Martínez, conocido como ‘camarada Arenas’ por su nombre en la clandestinidad, tiene 80 años y hace apenas unas dos semanas que ha salido de prisión. En total, a lo largo de su vida ha permanecido recluido 32 años. Nació en el seno de una familia obrera de Melilla, tercero de 13 hermanos. Analfabeto hasta los 16 años, pronto comenzó a conocer la realidad que golpeaba a la clase obrera y a militar en el Partido Comunista de España (PCE). Rompió con la línea defendida por Santiago Carrillo y se convirtió en el secretario general del PCE reconstituido (PCEr) en 1975.
Algunos de sus militantes decidieron tomar las armas. Por las acciones de los Grapo, que dejaron 86 muertos hasta el año 2000, el ‘camarada Arenas’ ha sido condenado en diferentes procesos judiciales en los que se investigaban secuestros y atentados. Él defiende que jamás ha formado parte de la banda terrorista y que se le ha condenado por “un delito de opinión”. En esta entrevista, la primera que concede tras su salida definitiva de la cárcel, Pérez relata su pasado militante en España, la clandestinidad en la que vivió en Francia y su extradición final. Mientras lo hace, intercala sus respuestas con anécdotas, da algunos golpes en la mesa, mueve efusivamente las manos y se acaricia la barba canosa.

Usted llegó a Vallecas (Madrid) desde Tetuán en 1956. ¿Ahí es donde comenzó su concienciación política?
Yo he trabajado desde los siete años, primero en un taller de perdigones y luego en la construcción como escayolista, ya en Madrid y con 12 años. La conciencia empezó a brotar en mí desde el momento en que vi las condiciones en que los obreros teníamos que trabajar y vivir, porque toda mi familia vivía en una chabola sin electricidad, agua o aseo. Yo no encontré una vía de salida en el trabajo, sino en el barrio, el Pozo del Tío Raimundo.
¿Conoció al padre Llanos?
Su capilla era el único lugar en el que se podía encontrar algo de “civilización”. Íbamos los chavales, porque la gente mayor estaba tan vapuleada que no se acercaba a la iglesia. Allí encontré a los que considero mis primeros camaradas, miembros del PCE, y a leer los primeros textos marxistas que me abrieron los ojos. Así me inicié yo en el difícil oficio de ser hombre.
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