Ya les cantó Aute: "No sé qué estrellas son estas, que hieren como amenazas, ni sé qué sangra la luna al filo de su guadaña". Por ellos, por los miles de fusilados durante el franquismo, y también por los cinco últimos, ejecutados el 27 de septiembre de 1975. La dictadura daba sus últimos coletazos de vida intentando transmitir un mensaje de firmeza que, en realidad, tan solo daba una sensación de debilidad a una sociedad cada vez más organizada. Sabían que la muerte del dictador estaba cerca. Y sabían que ese sería el momento propicio para luchar por la democracia en España tras un régimen totalitario que dejó regadas las cunetas de cadáveres de fusilados.
Portada de la prensa de la época. |
Esther López, responsable de memoria democrática de Izquierda Unida (IU), recuerda que las personas enviadas como observadores internacionales constataron la "farsa" del proceso judicial. Además, desde su punto de vista, las características del propio caso hacen que el llamarlos terroristas "sea mejor dejarlo en suspenso, porque sí que eran miembros de las organizaciones pero no habría que dar por válida su sentencia ni condena". El régimen y sus seguidores, deteriorado por la incipiente organización de los obreros en los polos industriales y la efervescencia que se vivía entre el estudiantado, en lugar de recular ante las protestas y huelgas que se repartían por todo el territorio nacional volvió a llenar la plaza de Oriente para mostrar su adhesión al dictador: "En esa aparición pública el rey Juan Carlos acompañó al Caudillo, intentando dar una imagen de firmeza a nivel internacional. Otra cosa más que deja constancia de su deseo de dejar todo atado y bien atado de la mano del sucesor", reflexiona López.
Comparte si te ha gustado: