El confinamiento a causa del coronavirus ha hecho que, en cierta forma, la vida en los barrios muera un poco más. Los paseos cortos y obligados al supermercado y la farmacia no compiten con los mercadillos de venta ambulante que cada semana ocupaban la calle de siempre para atender a la gente de siempre. Los profesionales del sector se quejan del cese repentino de su actividad, cuando gran parte de los comerciante se dedican a la venta de alimentos, permitida para las grandes cadenas de súper e hipermercados. Un mes de parón dejará estragos que podrían superar los cien millones de euros, según la patronal del sector, y que tan solo en la Comunidad de Madrid afectará a 5.000 vendedores con economías débiles y de subsistencia.
Con 40 años de experiencia en el negocio, Chamorro se dedica a vender frutas y verduras junto a tres trabajadores que están a su cargo. Así explica cómo le llegó la noticia de que le prohibían ejercer su trabajo: "Desde el principio hubo mucha ambigüedad respecto a los mercadillos. Según un primer comunicado podíamos seguir tan normal, pero apenas dos horas después supimos que los habían clausurado. Lo que han hecho con nosotros —continúa el vendedor— ha sido una falta de respeto total hacia el gremio al atacar al más débil".
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