La orden iniciática más antigua del mundo se reúne por Zoom y realiza sus elecciones de forma telemática. Eso sí, con una empresa externa que audite los resultados. La masonería avanza en este siglo XXI cambiando sus formas, pero no el fondo. Tras la pandemia abre unos templos que nunca antes, desde su legalización, habían estado tan cerrados.
Nicolás Calvo y Pavel Gómez del Castillo,
en la LGE (Guillermo Martínez / Ana Suárez)
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Entrar en la Gran Logia de España, en Madrid, es introducirse en un ecosistema repleto de simbolismo, respeto y autoconocimiento. Así lo afirma Nicolás Calvo, Gran Maestro Provincial en la capital y lo confirma Óscar de Alfonso Ortega, Gran Maestro a nivel estatal, quien se reafirma en la ayuda mutua entre hermanos, en la segregación por sexos dentro de la Orden y en no tratar asuntos relacionados con la religión y la política durante las "tenidas", como definen sus encuentros. A pesar de ello, dos pronunciamientos acaecidos durante su mandato dejan entrever que la masonería no es impermeable al mundo profano.
La situación sobrevenida por la crisis sanitaria hizo que los dos templos ubicados en el número 6 de la madrileña calle de Juan Ramón Jiménez clausuraran sus puertas durante meses. Nadie, en más de un año, ha ocupado los cómodos sillones que reciben a los hermanos masones en la entrada de este lugar en cuyo techo se encuentran representados los signos del zodiaco, porque "la logia es el universo", afirman. Aquí, "donde las prisas desaparecen", dice Calvo, nadie observó los cinco grandes retratos de los Grandes Maestros que la Gran Logia de España (GLE) ha tenido desde su legalización en 1980.
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