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Presos, albarcas y sangre en los nudillos: los secretos de Fiesta, la gran casa de la piruleta

Hubo un tiempo en el que las piruletas y los kojak los hacían presos de la cárcel Alcalá-Meco. Se desplazaban, durante algunos meses, a la fábrica de Fiesta, una planta que tras más de seis décadas de funcionamiento aún sigue en pie. Allí, entre el olor a chicle y caramelo, se llegaron a congregar 600 trabajadores. Ya no hace falta que los operarios utilicen zapatillas de andar por casa para no resbalarse por el suelo, aunque el espíritu de los más veteranos continúa impregnado en la factoría. Cientos de lolipops, fresquitos y regalices salen de la nave cada día, raudos y veloces, para ser las delicias de los niños y niñas que los tienen a su alcance en países de todo el mundo.

Entrada de la fábrica de Fiesta en Alcalá de Henares. (Cedida)

Juani García entró en Fiesta en mayo de 1979 y la primera vez que fue al servicio se perdió, a pesar de que la fábrica tan solo contaba con dos naves. También recuerda que en aquellos años el trabajo se realizaba mucho más a destajo que en la actualidad “y con poquitas medidas de seguridad”. En su memoria queda la sangre, literal, de los nudillos: “Si te ponían donde se envasaba el caramelo Kojak, después de que una máquina lo pesara caía en una especie de embudo donde teníamos que darle con los puños a la velocidad de la máquina, y acabábamos con las manos ensangrentadas, imagínate la forma de trabajar que había”, se explaya esta antigua trabajadora con décadas de años de experiencia en la fábrica.

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