Hubo un tiempo en el que todo parecía posible. Por fin, los jóvenes pudieron empezar a actuar como tal, aunque eso fuera sinónimo de vivir ilusionados con un mundo mejor. Si lo querían conseguir, tenían que luchar contra el estado de las cosas. Novedosos estímulos impregnaban la mente y levantaban los resortes más fisiológicos de todos los cuerpos, también los más empobrecidos de la escala social. La información sobre drogas, exóticas al principio y suicidas más tarde, corría por las venas; los pelos se erizaban en crestas o se alisaban en largas melenas; y sonidos que rozaban lo estridente configuraban la banda sonora de una generación dispuesta a vivir, y morir, de una forma diferente a la de sus padres.
![]() |
| Imagen de las Jornadas Libertarias de Barcelona en julio de 1977. |
Orihuela, doctor en Historia por la Universidad de Sevilla, sabe de lo que habla: "Toda mi vida me he movido por esos ambientes, en ateneos libertarios y publicaciones de prensa marginal. Siempre rondando lo periférico, huyendo del hipercentralismo que se da en Madrid y Barcelona". Su andadura en el movimiento más subterráneo de la cultura le permite presentar un ensayo en el que critica al PSOE más transicional: "Su cuota de sangre para poder participar en democracia se cifró en la desactivación de sus dos única bazas, la movilización social y la cultura", afirma el escritor. A partir de ahí, todo cambiaría. He aquí la definición clave que vertebra su tesis: "Un objeto cultural es reconocido como tal, y no como marginal, siempre y cuando no colisione con el Estado".
Comparte si te ha gustado: